Criptomonedas, bitcoin, ethereum… son términos que hace menos de una década sonaban a ciencia ficción y que ahora son relativamente habituales en los canales de prensa e información. Sin ir más lejos el 15 de julio de 2020 se hizo viral el ataque informático que sufrió Twitter y que se utilizó para estafar a usuarios de esta red social mediante Bitcoin.

¿Qué pasó en el ataque?
Un grupo de hackers empleó el método spear phishing para conseguir las credenciales de trabajadores de Twitter y acceder así a perfiles de usuarios con cuentas verificadas y un gran número de seguidores como Barack Obama, Elon Musk o Bill Gates. Una vez dentro de los perfiles, entre otras acciones, publicaron un número de monedero digital incitando a la inversión en Bitcoins y garantizando un beneficio en dólares. En solo unas horas, los hackers consiguieron estafar más de 100.000 dólares.
Bitcoin, spear phising, hackers… una situación que parece sacada de un capítulo de Black Mirror. Pero resulta cada vez más habitual. La criptomoneda es una nueva tecnología multifuncional, con características que resultan seductoras para los criminales.
Su definición técnica, de acuerdo al Banco Central Europeo, establece que la criptomoneda es una unidad digital de valor, no emitida por ninguna autoridad bancaria central o institución, que, en ciertas ocasiones, puede ser utilizada como medio de pago alternativo al dinero.
Las propiedades que han hecho a esta tecnología tan atractiva son el anonimato, la inmutabilidad del sistema, su transparencia, la ausencia de terceros y el ahorro de costes. Mediante la criptografía se ha conseguido un sistema que, como mínimo, es pseudónimo y en la mayoría de los casos anónimo.
Este anonimato es el principal atractivo para su uso en ámbito criminal. Las criptomonedas son un objeto de intercambio económico en el ciberespacio que sirve para sustituir al dinero en metálico. El anonimato de este nuevo fenómeno se debe al método de encriptación de la tecnología. En una transacción de criptomonedas no conocemos la entidad del usuario, solo una combinación alfanumérica que se asocia a un monedero virtual. No importa la identidad personal del transmitente mientras la transacción correspondiente sea efectivamente registrada.
El interés de los criminales en las criptomonedas es tal que algunos estudios estiman que el 44% de las transacciones realizadas están asociadas a actividades ilícitas. Es importante resaltar que la inclusión de este fenómeno en el ámbito criminal no está necesariamente ligada a la aparición de nuevos tipos delictivos. Es más, lo que nos encontramos son delitos clásicos como la estafa. Sin ir más lejos, esto es lo que ocurrió con Twitter en el caso que contábamos al principio. Un timo en el que en lugar de utilizar la estampita o el “tocomocho” se usaron cuentas verificadas.
Es simplemente un nuevo espacio en el que los criminales llevan a cabo su actividad. Un cambio de escenario, por otro lado, lógico, adaptándose a los nuevos formatos de tecnologías de la información y la comunicación. En el caso de las estafas, uno de los lugares frecuentes son las redes sociales. Lo que ocurrió en julio con Twitter y el “hackeo” de cuentas no es el único ámbito donde el criminal ve la oportunidad aprovechándose del desconocimiento del usuario medio sobre la criptomoneda.
En este mismo año las figuras de Jordi Évole y Risto Mejide fueron utilizadas para ganarse la confianza y captar inversores que luego no obtenían beneficio. Se generaron anuncios donde estos personajes públicos afirmaban haber invertido en criptomonedas con un prospero resultado. Este montaje espurio era el gancho para conseguir miles de euros mediante una herramienta difícil de rastrear.
En definitiva, muchos criminales han encontrado en las criptomonedas los nuevos billetes sin marcar y no numerados consecutivamente para el escenario criminal de este siglo XXI, el ciberespacio. Estos delincuentes ya no piden maletas llenas de dólares, sino que habilitan monederos para recibir las criptodivisas.

Dévika Pérez Medina
Doctoranda en Derecho Penal en la Universidad de Cádiz. Graduada en Derecho y Máster en Sistema Penal y Criminalidad. Tema de investigación actual: criptomonedas, blockchain y Derecho Penal. Otras líneas de investigación: Derecho penal internacional, Derechos Humanos e inmigración.